jueves, 27 de febrero de 2014

El Cristiano debe dar testimonio y alejarse del escándalo

VATICANO, 27 Feb. 14 / 11:18 am.

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En su homilía de la Misa que celebró esta mañana en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco habló de la vital importancia de la coherencia en la vida cristiana, ya que cuando el cristiano es incoherente genera escándalo y “el escándalo mata”.

El Santo Padre explicó que los cristianos “que viven en la incoherencia, hacen mucho daño”: “hemos escuchado lo que el apóstol Santiago dice a algunos incoherentes, que presumían de ser cristianos, pero explotaban a sus empleados, y les dijo: ‘Sepan que el salario que han retenido a los que trabajaron en sus campos está clamando, y el clamor de los cosechadores ha llegado a los oídos del Señor del universo’”.

“El Señor es fuerte. Si alguno escucha esto, puede pensar: ‘¡Eso lo ha dicho un comunista!’. ¡No, no, lo ha dicho el apóstol Santiago! Es la Palabra del Señor. Es la incoherencia. Y cuando la coherencia cristiana no existe y se vive con esta incoherencia, se produce escándalo. Y los cristianos que no son coherentes hacen mucho escándalo”.

“Jesús –prosiguió el Pontífice– habla con mucha fuerza contra el escándalo: ‘Si alguien llegara a escandalizar a uno de estos pequeños que tienen fe, sería preferible para él que le ataran al cuello una piedra de moler y lo arrojaran al mar’. Un cristiano incoherente hace tanto daño” y “el escándalo mata”.

“Muchas veces –agregó– hemos escuchado: ‘Pero padre, yo creo en Dios, pero no en la Iglesia, porque ustedes cristianos dicen una cosa y hacen otra’”. O también: “Yo creo en Dios, pero no en ti”. “Esa es la incoherencia”.

“Si te encuentras ante –¡imaginemos!– ante un ateo y éste te dice que no cree en Dios, tu puedes leerle una biblioteca entera, donde está escrito que Dios existe y también probar que Dios existe, y el ateo no tendrá fe. Pero si delante de este ateo das testimonio de coherencia de vida cristiana, algo comenzará a moverse en su corazón. Será precisamente tu testimonio lo que lo llevará a esa inquietud sobre la que el Espíritu Santo obra. Es una gracia que todos nosotros, toda la Iglesia debe pedir: ‘Señor, que seamos coherentes’”.

Entonces, dijo el Papa Francisco, es necesario rezar, “porque para vivir en la coherencia cristiana es necesaria la oración, porque la coherencia cristiana es un don de Dios y debemos pedirla”: “¡Señor, que yo sea coherente! ¡Señor, que yo jamás escandalice, que yo sea una persona que piensa como cristiano, que sienta como cristiano, que actúe como cristiano!”.

Todos somos pecadores, todos, pero todos tenemos la capacidad de pedir perdón. ¡Y Él jamás se cansa de perdonar! Tener la humildad de pedir perdón: ‘Señor, no he sido coherente. ¡Perdón!’”.

El Santo Padre animó finalmente a ir siempre hacia “adelante en la vida con coherencia cristiana, con el testimonio de aquel que cree en Jesucristo, que sabe que es pecador, pero que tiene el coraje de pedir perdón cuando se equivoca y que tiene tanto miedo de escandalizar. Que el Señor de esta gracia a todos nosotros”.

 (ACI/EWTN Noticias)


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Santiago 5, 3-4:

"[...] vuestro oro y vuestra plata están tomados de herrumbre y su herrumbre será testimonio contra vosotros y devorará vuestras carnes como fuego. Habéis acumulado riquezas en estos días que son los últimos. Mirad; el salario que no habéis pagado a los obreros que segaron vuestros campos está gritando; y los gritos de los segadores han llegado a los oídos del Señor de los ejércitos."


Lucas 17, 1-2:

"Dijo a sus discípulos: «Es imposible que no vengan escándalos; pero, ¡ay de aquel por quien
vienen! Más le vale que le pongan al cuello una piedra de molino y sea arrojado al mar, que escandalizar a uno de estos pequeños."



miércoles, 19 de febrero de 2014

El Papa comenta la importancia de la paciencia

VATICANO, 17 Feb. 14 / 04:45 pm.

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En su homilía de la Misa que celebró este lunes en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco explicó que el cristiano debe ser paciente como es paciente Dios con cada uno de sus hijos, porque “la persona que no tiene paciencia es una persona que no crece” y se queda en los caprichos de niño.

“La paciencia no es resignación, es otra cosa”: el Papa comentó la carta de Santiago donde está escrito: “alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas”. “Parece una invitación a volverse faquir” –observó el Santo Padre según señala Radio Vaticano– pero no es así. La paciencia, soportar las pruebas, ‘las cosas que nosotros no queremos’, hace madurar nuestra vida”.

Quien no tiene paciencia quiere todo de inmediato, todo de prisa. Quien no conoce esta sabiduría de la paciencia –subrayó el Santo Padre– es una persona caprichosa, como los niños que son caprichosos y ninguna cosa les está bien".

“La persona que no tiene paciencia –explicó– es una persona que no crece, que se queda en los caprichos del niño, que no sabe tomar la vida como viene: o esto o nada. Ésta es una de las tentaciones: volverse caprichosos”. “Otra tentación de aquellos que no tienen paciencia – afirmó el Pontífice - es la omnipotencia de querer de inmediato una cosa", como sucedió a los fariseos que piden a Jesús un signo del cielo: “querían un espectáculo, un milagro”.

“Confunden el modo de actuar de Dios con el modo de actuar de un brujo. Y Dios no actúa como un brujo, Dios tiene su modo de ir adelante. La paciencia de Dios. También Él tiene paciencia. Cada vez que nos dirigimos al sacramento de la reconciliación, ¡cantamos un himno a la paciencia de Dios! Con cuánta paciencia el Señor nos lleva sobre su espalda, ¡con cuánta paciencia!".

"La vida cristiana debe desenvolverse sobre esta música de la paciencia, porque es precisamente la música de nuestros padres, del pueblo de Dios, de aquellos que han creído en la Palabra de Dios, que han seguido el mandamiento que el Señor había dado a nuestro padre Abraham: ‘Camina delante de mí y se irreprensible’”.

El pueblo de Dios – constató el Santo Padre citando la Carta a los Hebreos – “ha sufrido tanto, han sido perseguidos, asesinados”, pero tuvo “la alegría de saludar desde lejos las promesas” de Dios. “Ésta es la pacienciaquenosotros debemos tener en las pruebas: la paciencia de una persona adulta, la paciencia de Dios” que nos lleva sobre la espalda. Y ésta – prosiguió - es “la paciencia de nuestro pueblo”.

“¡Cuán paciente es nuestro pueblo! ¡Aún hoy! Cuando vamos a las parroquias y encontramos a aquellas personas que sufren, que tienen problemas, que tienen un hijo minusválido o tienen una enfermedad, pero llevan adelante la vida con paciencia. No piden signos, como aquellos del Evangelio, que pretendían una señal. Decían: ‘¡Danos un signo!’. No, no piden, pero saben leer los signos de los tiempos: saben que cuando el higo florece, llega la primavera; saben distinguir aquello. En cambio, estos impacientes del Evangelio de hoy, que querían una señal, no sabían leer los signos de los tiempos, y por eso no reconocieron a Jesús”.

El Papa Francisco alabó luego a la “gente de nuestro pueblo, gente que sufre, que sufre tantas, tantas cosas, pero que no pierde la sonrisa de la fe, que tiene la alegría de la fe”.

“Y esta gente, nuestro pueblo, en nuestras parroquias, en nuestras instituciones –tanta gente– es aquella que lleva adelante a la Iglesia, con su santidad, de todos los días, de cada día. ‘Hermanos, alégrense profundamente cuando se vean sometidos a cualquier clase de pruebas, sabiendo que la fe, al ser probada, produce la paciencia. Y la paciencia debe ir acompañada de obras perfectas, a fin de que ustedes lleguen a la perfección y a la madurez, sin que les falte nada’”.

Que el Señor, concluyó el Santo Padre, “nos dé a todos nosotros la paciencia, la paciencia alegre, la paciencia del trabajo, de la paz, nos de la paciencia de Dios, ésa que Él tiene, y nos de la paciencia de nuestro pueblo fiel, que es tan ejemplar”.

(ACI/EWTN Noticias)

domingo, 9 de febrero de 2014

Mensaje del Papa Francisco para Cuaresma (2014)

VATICANO, 04 Feb. 14 / 10:20 am.

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Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2014, el primero de su pontificado para este tiempo de la liturgia de la Iglesia:


“Se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” (cfr. 2 Cor 8, 9).

 
Queridos hermanos y hermanas:

Con ocasión de la Cuaresma os propongo algunas reflexiones, a fin de que os sirvan para el camino personal y comunitario de conversión. Comienzo recordando las palabras de San Pablo: «Pues conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, el cual, siendo rico, se hizo pobre por vosotros para enriqueceros con su pobreza» (2 Cor 8, 9). El Apóstol se dirige a los cristianos de Corinto para alentarlos a ser generosos y ayudar a los fieles de Jerusalén que pasan necesidad. ¿Qué nos dicen, a los cristianos de hoy, estas palabras de San Pablo? ¿Qué nos dice hoy, a nosotros, la invitación a la pobreza, a una vida pobre en sentido evangélico?

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La gracia de Cristo

Ante todo, nos dicen cuál es el estilo de Dios. Dios no se revela mediante el poder y la riqueza del mundo, sino mediante la debilidad y la pobreza: «Siendo rico, se hizo pobre por vosotros…». Cristo, el Hijo eterno de Dios, igual al Padre en poder y gloria, se hizo pobre; descendió en medio de nosotros, se acercó a cada uno de nosotros; se desnudó, se "vació", para ser en todo semejante a nosotros (cfr. Flp 2, 7; Heb 4, 15). ¡Qué gran misterio la encarnación de Dios! La razón de todo esto es el amor divino, un amor que es gracia, generosidad, deseo de proximidad, y que no duda en darse y sacrificarse por las criaturas a las que ama.

La caridad, el amor es compartir en todo la suerte del amado. El amor nos hace semejantes, crea igualdad, derriba los muros y las distancias. Y Dios hizo esto con nosotros. Jesús, en efecto, «trabajó con manos de hombre, pensó con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con corazón de hombre. Nacido de la Virgen María, se hizo verdaderamente uno de nosotros, en todo semejante a nosotros excepto en el pecado» (Conc. Ecum. Vat. II, Const. past. Gaudium et spes, 22).

La finalidad de Jesús al hacerse pobre no es la pobreza en sí misma, sino —dice San Pablo— «...para enriqueceros con su pobreza». No se trata de un juego de palabras ni de una expresión para causar sensación. Al contrario, es una síntesis de la lógica de Dios, la lógica del amor, la lógica de la Encarnación y la Cruz. Dios no hizo caer sobre nosotros la salvación desde lo alto, como la limosna de quien da parte de lo que para él es superfluo con aparente piedad filantrópica.

¡El amor de Cristo no es esto! Cuando Jesús entra en las aguas del Jordán y se hace bautizar por Juan el Bautista, no lo hace porque necesita penitencia, conversión; lo hace para estar en medio de la gente necesitada de perdón, entre nosotros, pecadores, y cargar con el peso de nuestros pecados. Este es el camino que ha elegido para consolarnos, salvarnos, liberarnos de nuestra miseria. Nos sorprende que el Apóstol diga que fuimos liberados no por medio de la riqueza de Cristo, sino por medio de su pobreza. Y, sin embargo, San Pablo conoce bien la «riqueza insondable de Cristo» (Ef 3, 8), «heredero de todo» (Heb 1, 2).

¿Qué es, pues, esta pobreza con la que Jesús nos libera y nos enriquece? Es precisamente su modo de amarnos, de estar cerca de nosotros, como el buen samaritano que se acerca a ese hombre que todos habían abandonado medio muerto al borde del camino (cfr. Lc 10, 25ss). Lo que nos da verdadera libertad, verdadera salvación y verdadera felicidad es su amor lleno de compasión, de ternura, que quiere compartir con nosotros.

La pobreza de Cristo que nos enriquece consiste en el hecho que se hizo carne, cargó con nuestras debilidades y nuestros pecados, comunicándonos la misericordia infinita de Dios. La pobreza de Cristo es la mayor riqueza: la riqueza de Jesús es su confianza ilimitada en Dios Padre, es encomendarse a Él en todo momento, buscando siempre y solamente su voluntad y su gloria. Es rico como lo es un niño que se siente amado por sus padres y los ama, sin dudar ni un instante de su amor y su ternura.

La riqueza de Jesús radica en el hecho de ser el Hijo, su relación única con el Padre es la prerrogativa soberana de este Mesías pobre. Cuando Jesús nos invita a tomar su "yugo llevadero", nos invita a enriquecernos con esta "rica pobreza" y "pobre riqueza" suyas, a compartir con Él su espíritu filial y fraterno, a convertirnos en hijos en el Hijo, hermanos en el Hermano Primogénito (cfr Rom 8, 29).
Se ha dicho que la única verdadera tristeza es no ser santos (L. Bloy); podríamos decir también que hay una única verdadera miseria: no vivir como hijos de Dios y hermanos de Cristo.

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Nuestro testimonio

Podríamos pensar que este "camino" de la pobreza fue el de Jesús, mientras que nosotros, que venimos después de Él, podemos salvar el mundo con los medios humanos adecuados. No es así. En toda época y en todo lugar, Dios sigue salvando a los hombres y salvando el mundo mediante la pobreza de Cristo, el cual se hace pobre en los Sacramentos, en la Palabra y en su Iglesia, que es un pueblo de pobres. La riqueza de Dios no puede pasar a través de nuestra riqueza, sino siempre y solamente a través de nuestra pobreza, personal y comunitaria, animada por el Espíritu de Cristo.
A imitación de nuestro Maestro, los cristianos estamos llamados a mirar las miserias de los hermanos, a tocarlas, a hacernos cargo de ellas y a realizar obras concretas a fin de aliviarlas. La miseria no coincide con la pobreza; la miseria es la pobreza sin confianza, sin solidaridad, sin esperanza. Podemos distinguir tres tipos de miseria: la miseria material, la miseria moral y la miseria espiritual.

La miseria material es la que habitualmente llamamos pobreza y toca a cuantos viven en una condición que no es digna de la persona humana: privados de sus derechos fundamentales y de los bienes de primera necesidad como la comida, el agua, las condiciones higiénicas, el trabajo, la posibilidad de desarrollo y de crecimiento cultural. Frente a esta miseria la Iglesia ofrece su servicio, su diakonia, para responder a las necesidades y curar estas heridas que desfiguran el rostro de la humanidad. En los pobres y en los últimos vemos el rostro de Cristo; amando y ayudando a los pobres amamos y servimos a Cristo. Nuestros esfuerzos se orientan asimismo a encontrar el modo de que cesen en el mundo las violaciones de la dignidad humana, las discriminaciones y los abusos, que, en tantos casos, son el origen de la miseria. Cuando el poder, el lujo y el dinero se convierten en ídolos, se anteponen a la exigencia de una distribución justa de las riquezas. Por tanto, es necesario que las conciencias se conviertan a la justicia, a la igualdad, a la sobriedad y al compartir.

No es menos preocupante la miseria moral, que consiste en convertirse en esclavos del vicio y del pecado. ¡Cuántas familias viven angustiadas porque alguno de sus miembros —a menudo joven— tiene dependencia del alcohol, las drogas, el juego o la pornografía! ¡Cuántas personas han perdido el sentido de la vida, están privadas de perspectivas para el futuro y han perdido la esperanza! Y cuántas personas se ven obligadas a vivir esta miseria por condiciones sociales injustas, por falta de un trabajo, lo cual les priva de la dignidad que da llevar el pan a casa, por falta de igualdad respecto de los derechos a la educación y la salud. En estos casos la miseria moral bien podría llamarse casi suicidio incipiente.

Esta forma de miseria, que también es causa de ruina económica, siempre va unida a la miseria espiritual, que nos golpea cuando nos alejamos de Dios y rechazamos su amor. Si consideramos que no necesitamos a Dios, que en Cristo nos tiende la mano, porque pensamos que nos bastamos a nosotros mismos, nos encaminamos por un camino de fracaso. Dios es el único que verdaderamente salva y libera. El Evangelio es el verdadero antídoto contra la miseria espiritual: en cada ambiente el cristiano está llamado a llevar el anuncio liberador de que existe el perdón del mal cometido, que Dios es más grande que nuestro pecado y nos ama gratuitamente, siempre, y que estamos hechos para la comunión y para la vida eterna. ¡El Señor nos invita a anunciar con gozo este mensaje de misericordia y de esperanza!

Es hermoso experimentar la alegría de extender esta buena nueva, de compartir el tesoro que se nos ha confiado, para consolar los corazones afligidos y dar esperanza a tantos hermanos y hermanas sumidos en el vacío. Se trata de seguir e imitar a Jesús, que fue en busca de los pobres y los pecadores como el pastor con la oveja perdida, y lo hizo lleno de amor. Unidos a Él, podemos abrir con valentía nuevos caminos de evangelización y promoción humana.

Queridos hermanos y hermanas, que este tiempo de Cuaresma encuentre a toda la Iglesia dispuesta y solícita a la hora de testimoniar a cuantos viven en la miseria material, moral y espiritual el mensaje evangélico, que se resume en el anuncio del amor del Padre misericordioso, listo para abrazar en Cristo a cada persona. Podremos hacerlo en la medida en que nos conformemos a Cristo, que se hizo pobre y nos enriqueció con su pobreza.

La Cuaresma es un tiempo adecuado para despojarse; y nos hará bien preguntarnos de qué podemos privarnos a fin de ayudar y enriquecer a otros con nuestra pobreza. No olvidemos que la verdadera pobreza duele: no sería válido un despojo sin esta dimensión penitencial. Desconfío de la limosna que no cuesta y no duele.

Que el Espíritu Santo, gracias al cual «[somos] como pobres, pero que enriquecen a muchos; como necesitados, pero poseyéndolo todo» (2 Cor 6, 10), sostenga nuestros propósitos y fortalezca en nosotros la atención y la responsabilidad ante la miseria humana, para que seamos misericordiosos y agentes de misericordia. Con este deseo, aseguro mi oración por todos los creyentes. Que cada comunidad eclesial recorra provechosamente el camino cuaresmal. Os pido que recéis por mí. Que el Señor os bendiga y la Virgen os guarde.


Vaticano, 26 de diciembre de 2013

Fiesta de San Esteban, diácono y protomártir

FRANCISCUS


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(ACI/EWTN Noticias)