lunes, 26 de mayo de 2014

Visita al muro de las lamentaciones y homilía en el cenáculo del Papa Francisco

26-Mayo-2014



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El Papa se trasladó a las 8:00h. de la Explanada de las Mezquitas al Muro Occidental o Muro de las Lamentaciones. La pared de 15 metros de altura es, por razones históricas y religiosas, un lugar de culto para los judíos; es tradicional dejar pequeños trozos de papel escritos con votos y oraciones entre sus bloques de piedra. El rabino encargado del Muro recibió a Francisco y lo acompañó hasta él. Allí el Papa permaneció algunos instantes solo en silencio rezando, y como hicieron también sus predecesores, dejó entre sus grietas un papel en el que había escrito un Padre Nuestro y dijo: ”Lo he escrito a mano en español porque es la lengua en la que lo aprendí de mi madre”.














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JERUSALÉN, 26 May. 2014 / 09:47 am.


En la homilía de la Misa que preside en el Cenáculo, el lugar en donde Jesús celebró la Última Cena con los Apóstoles, el Papa Francisco reflexionó sobre la importancia de este lugar, sobre la Iglesia en salida que también se recoge en oración con el Espíritu Santo y que con Él, busca renovar la faz de la tierra.

A continuación, el texto completo de la homilía del Santo Padre:

Queridos hermanos:

Es un gran don del Señor estar aquí reunidos, en el Cenáculo, para celebrar la Eucaristía.
Mientras los saludo con fraterna alegría, deseo agradecerles su significativa presencia. Les aseguro que tienen un lugar especial en mi corazón, en mi oración.

Aquí, donde Jesús consumó la Última Cena con los Apóstoles; donde, resucitado, se apareció en medio de ellos; donde el Espíritu Santo descendió abundantemente sobre María y los discípulos. Aquí nació la Iglesia, y nació en salida. Desde aquí salió, con el Pan partido entre las manos, las llagas de Jesús en los ojos, y el Espíritu de amor en el corazón.

En el Cenáculo, Jesús resucitado, enviado por el Padre, comunicó su mismo Espíritu a los Apóstoles y con esta fuerza los envió a renovar la faz de la tierra.

Salir, marchar, no quiere decir olvidar. La Iglesia en salida guarda la memoria de lo que sucedió aquí; el Espíritu Paráclito le recuerda cada palabra, cada gesto, y le revela su sentido.

El Cenáculo nos recuerda el servicio, el lavatorio de los pies, que Jesús realizó, como ejemplo para sus discípulos. Lavarse los pies los unos a los otros significa acogerse, aceptarse, amarse, servirse mutuamente. Quiere decir servir al pobre, al enfermo, al excluido, al que resulta antipático, al que me fastidia.

El Cenáculo nos recuerda, con la Eucaristía, el sacrificio. En cada celebración eucarística, Jesús se ofrece por nosotros al Padre, para que también nosotros podamos unirnos a Él, ofreciendo a Dios nuestra vida, nuestro trabajo, nuestras alegrías y nuestras penas…, ofrecer todo en sacrificio espiritual.

El Cenáculo nos recuerda la amistad. "Ya no les llamo siervos –dijo Jesús a los Doce-… a ustedes les llamo amigos". El Señor nos hace sus amigos, nos confía la voluntad del Padre y se nos da Él mismo. Ésta es la experiencia más hermosa del cristiano, y especialmente del sacerdote: hacerse amigo del Señor Jesús. Descubrir en su corazón que Él es amigo.

El Cenáculo nos recuerda la despedida del Maestro y la promesa de volver a encontrarse con sus amigos. "Cuando vaya…, volveré y les llevaré conmigo, para que donde estoy yo, estén también ustedes". Jesús no nos deja, no nos abandona nunca, nos precede en la casa del Padre y allá nos quiere llevar con Él.

Pero el Cenáculo recuerda también la mezquindad, la curiosidad –"¿quién es el traidor?"-, la traición. Y cualquiera de nosotros, y no sólo siempre los demás, puede encarnar estas actitudes, cuando miramos con suficiencia al hermano, lo juzgamos; cuando traicionamos a Jesús con nuestros pecados.

El Cenáculo nos recuerda la comunión, la fraternidad, la armonía, la paz entre nosotros. ¡Cuánto amor, cuánto bien ha brotado del Cenáculo! ¡Cuánta caridad ha salido de aquí, como un río de su fuente, que al principio es un arroyo y después crece y se hace grande… Todos los santos han bebido de aquí; el gran río de la santidad de la Iglesia siempre encuentra su origen aquí, siempre de nuevo, del Corazón de Cristo, de la Eucaristía, de su Espíritu Santo.

El Cenáculo, finalmente, nos recuerda el nacimiento de la nueva familia, la Iglesia, nuestra Santa Madre Iglesia, constituida por Cristo resucitado. Una familia que tiene una Madre, la Virgen María. Las familias cristianas pertenecen a esta gran familia, y en ella encuentran luz y fuerza para caminar y renovarse, mediante las fatigas y las pruebas de la vida. A esta gran familia están invitados y llamados todos los hijos de Dios de cualquier pueblo y lengua, todos hermanos e hijos de un único Padre que está en los cielos.

Éste es el horizonte del Cenáculo: el horizonte del Resucitado y de la Iglesia.
De aquí parte la Iglesia en salida, animada por el soplo vital del Espíritu. Recogida en oración con la Madre de Jesús, revive siempre la esperanza de una renovada efusión del Espíritu Santo: Envía, Señor, tu Espíritu, y renueva la faz de la tierra.

(ACI

domingo, 25 de mayo de 2014

Discurso del Papa Francisco desde Betania, cerca del río Jordán

AMMAN, 24 May. 14 / 11:35 am.

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El Papa Francisco llegó hasta la localidad de Betania, cerca al río Jordán, en donde sostuvo un encuentro con jóvenes refugiados y personas con discapacidad. A continuación el discurso completo del Santo Padre.

El Papa Francisco reza frente al río Jordan donde se bautizó a Cristo, en Betania. (AP)



Estimadas Autoridades, Excelencias,

Queridos hermanos y hermanas:

En mi peregrinación, he tenido mucho interés en encontrarme con ustedes que, a causa de sangrientos conflictos, han tenido que abandonar sus casas y su Patria y han encontrado refugio en la acogedora tierra de Jordania; y al mismo tiempo, con ustedes, queridos jóvenes, que experimentan el peso de alguna limitación física.

El lugar en que nos encontramos nos recuerda el bautismo de Jesús. Viniendo aquí, al Jordán, para ser bautizado por Juan, se mostró humilde, compartiendo la condición humana: se rebajó haciéndose igual a nosotros y con su amor nos restituyó la dignidad y nos dio la salvación.

Nos sorprende siempre esta humildad de Cristo, cómo se abaja ante las heridas humanas para curarlas. Y, por nuestra parte, nos sentimos profundamente afectados por los dramas y las heridas de nuestro tiempo, especialmente por las que son fruto de los conflictos todavía abiertos en Oriente Medio. Pienso, en primer lugar, en la amada Siria, lacerada por una lucha fratricida que dura ya tres años y que ha cosechado innumerables víctimas, obligando a millones de personas a convertirse en refugiados y a exilarse en otros países.

Agradezco a las autoridades y al pueblo jordano la generosa acogida de un número elevadísimo de refugiados provenientes de Siria y de Irak, y extiendo mi agradecimiento a todos aquellos que les prestan asistencia y solidaridad.

Pienso también en la obra de caridad que desarrollan instituciones de la Iglesia como Caritas Jordania y otras que, asistiendo a los necesitados sin distinción de credo religioso, pertenencia étnica o ideológica, manifiestan el esplendor del rostro caritativo de Jesús misericordioso. Que Dios omnipotente y clemente los bendiga a todos ustedes y todos sus esfuerzos por aliviar los sufrimientos causados por la guerra.

Me dirijo a la comunidad internacional para que no deje sola a Jordania ante la emergencia humanitaria que se ha creado con la llegada de un número tan elevado de refugiados, sino que continúe e incremente su apoyo y ayuda.

Y renuevo mi vehemente llamamiento a la paz en Siria. Que cese la violencia y se respete el derecho humanitario, garantizando la necesaria asistencia a la población que sufre. Que nadie se empeñe en que las armas solucionen los problemas y todos vuelvan a la senda de las negociaciones. La solución, de hecho, sólo puede venir del diálogo y de la moderación, de la compasión por quien sufre, de la búsqueda de una solución política y del sentido de la responsabilidad hacia los hermanos.

A ustedes jóvenes, les pido que se unan a mi oración por la paz. Pueden hacerlo ofreciendo a Dios sus afanes cotidianos, y así su oración será particularmente valiosa y eficaz. Les animo a colaborar, con su esfuerzo y sensibilidad, en la construcción de una sociedad respetuosa de los más débiles, de los enfermos, de los niños, de los ancianos.

A pesar de las dificultades de la vida, sean signo de esperanza. Ustedes están en el corazón de Dios y en mis oraciones, y les agradezco su calurosa, numerosa y alegre presencia.

Al final de este encuentro, renuevo mi deseo de que prevalezca la razón y la moderación y, con la ayuda de la comunidad internacional, Siria reencuentre el camino de la paz. Dios convierta a los violentos y a aquellos que tienen proyectos de guerra, Dios convierta a los que fabrican y venden armas, y fortalezca los corazones y las mentes de los agentes de paz y los recompense con sus bendiciones.

 (ACI)

lunes, 19 de mayo de 2014

A Cristo se le conoce en la oración, la celebración e imitando su vida

VATICANO, 16 May. 14 / 09:48 am.

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Durante la Misa matutina celebrada en la Casa Santa Marta, el Papa Francisco señaló que para conocer a Cristo se deben abrir tres puertas, la de la oración, la celebración de los sacramentos y la imitación de su vida, pues si bien el estudio es necesario, recurrir solo a la vía del pensamiento y las ideas lleva a la herejía, porque “los grandes teólogos hacen teología de rodillas”.

Conocer a Jesús es el trabajo más importante de nuestra vida”, afirmó el Santo Padre. Cómo podemos conocer mejor a Cristo, alguien dirá: “estudiando, padre. ¡Se debe estudiar tanto!”. “Y es verdad, debemos estudiar el catecismo, es verdad. Pero sólo el estudio no basta para conocer a Jesús”, señaló Francisco.

En ese sentido, advirtió que hay personas que tienen “esa fantasía” de “pensar que con las ideas, sólo las ideas, nos llevarán al conocimiento de Jesús. También entre los primeros cristianos, algunos pensaban así. Hasta que quedaron atrapados en sus pensamientos”.

“¡Las ideas solas no dan vida y el que va por ese camino de ideas solas acaba en un laberinto y no sale más! Por ello, desde el comienzo de la Iglesia hay herejías. Y las herejías son esto: intentar comprender sólo con nuestra mente y con nuestra luz quién es Jesús. Un gran escritor inglés decía que la herejía es una idea enloquecida. ¡Así es! Cuando las ideas están solas se vuelven locas ¡ése no es el camino!”, alertó.

Por ello, indicó, para conocer a Jesús hay que abrir tres puertas. “Primera puerta: rezarle a Jesús. Sepan que el estudio sin la oración no sirve. Rezar a Jesús para conocerlo. Los grandes teólogos hacen teología de rodillas ¡rezar a Jesús! Y, con el estudio y con la oración, nos acercamos un poco... Pero sin la oración nunca conoceremos a Jesús ¡nunca, nunca!”.

Segunda puerta: celebrar a Jesús. No basta la oración, es necesaria la alegría de la celebración. Celebrar a Jesús en sus Sacramentos, porque allí nos da la vida, nos da la fuerza, nos da el alimento, nos da el consuelo, nos da la alianza, nos da la misión. Sin la celebración de los Sacramentos, no llegamos a conocer a Jesús. Esto es propio de la Iglesia: la celebración”.

Finalmente, hay que “tomar el Evangelio: qué cosa ha hecho Él, cómo era su vida, qué cosa nos ha dicho, qué cosa nos ha enseñado e intentar imitarlo”.

Según Radio Vaticana, el Papa aseguró que ingresar por estas tres puertas significa entrar en el misterio de Jesús. “Sólo si somos capaces de entrar en su misterio podemos conocer a Jesús. Y no hay que tener miedo de entrar en el misterio de Jesús”, volvió a alentar, al reiterar el significado y la importancia de “rezar, celebrar e imitar, para encontrar el camino e ir a la verdad y a la vida”.

“Podemos, hoy, durante este día, pensar en cómo va la puerta de la oración en mi vida: ¡pero la oración del corazón no es la del papagayo! La oración del corazón ¿cómo va? ¿Cómo va la celebración cristiana en mi vida? Y ¿cómo va la imitación de Jesús en mi vida? ¿Cómo debo imitarlo? ¿Verdad que no lo recuerdas? ¡Porque el libro del Evangelio está lleno de polvo, porque nunca se abre! ¡Agarra el libro del Evangelio, ábrelo y encontrarás cómo imitar a Jesús! ¡Pensemos en estas tres puertas, en cómo están en nuestra vida y nos hará bien a todos!”, concluyó.

(ACI/EWTN Noticias)

martes, 13 de mayo de 2014

El Papa afirma que la educación no puede ser neutra

VATICANO, 11 May. 14 / 11:41 am.

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En el evento “La Iglesia por la Escuela”, organizado en la tarde del 10 de mayo por la Conferencia Episcopal Italiana, el Papa Francisco se reunió con más de 300 mil personas, entre estudiantes, profesores y padres de familia, a quienes les recordó que la misión de la escuela es desarrollar el sentido de lo verdadero, del bien y lo bello.

En su mensaje a los cientos de miles de asistentes, el Santo Padre señaló que “la misión de la escuela es desarrollar el sentido de lo verdadero, el sentido del bien y el sentido de lo bello. Y esto ocurre a través de un camino rico, hecho por tantos ‘ingredientes’. ¡Es por esto del por qué existen tantas disciplinas!”.

“Porque el desarrollo es fruto de diversos elementos que actúan juntos y estimulan a la inteligencia, a la consciencia, a la afectividad, al cuerpo, etcétera. Por ejemplo, si estudio esta Plaza, la Plaza de San Pedro, aprendo cosas de arquitectura, de historia, de religión, también de astronomía – el obelisco recuerda al sol, pero pocos saben que esta plaza es también un gran meridiano”.

Así, dijo, “cultivamos en nosotros lo verdadero, el bien y lo bello; y aprendemos que estas tres dimensiones no están jamás separadas, sino siempre entrelazadas. Si una cosa es verdadera, es buena y es bella; si es bella, es buena y es verdadera; y si es buena, es verdadera y es bella. Y estos elementos juntos nos hacen crecer y nos ayudan a amar la vida, también cuando estamos mal, también en medio a los problemas. ¡La verdadera educación nos hace amar la vida y nos abre a la plenitud de la vida!”.
El Papa señaló que este evento “no es en ‘contra’, ¡es ‘por’! No es un lamentarse, ¡es una fiesta! Una fiesta por la escuela”.

“Sabemos bien que hay problemas y cosas que no funcionan, lo sabemos. Pero ustedes están aquí, nosotros estamos aquí porque amamos la escuela. Digo ‘nosotros’ porque yo amo la escuela, la he amado como alumno, como estudiante y como maestro. Y luego como Obispo. En la Diócesis de Buenos Aires encontraba a menudo al mundo de la escuela, y hoy les agradezco por haber preparado este encuentro, que no es de Roma sino de toda Italia. Les agradezco mucho por esto. ¡Gracias!”.

El Santo Padre recordó que “tengo la imagen de mi primera maestra, aquella mujer, aquella maestra que me recibió a los seis años, al primer nivel de la escuela. Nunca la olvidé. Ella me hizo amar la escuela. Y luego he ido a encontrarla durante toda la vida hasta el momento en que falleció, a los 98 años. Y esta imagen me hace bien. Amo la escuela porque aquella mujer me enseñó a amarla. Este es el primer motivo por el que amo la escuela”.

Amo la escuela porque es sinónimo de apertura a la realidad. ¡Al menos así debería ser! No lo es siempre, y entonces quiere decir que es necesario cambiar un poco. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, a la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones. ¡Y nosotros no tenemos derecho de tener miedo de la realidad!”.

Francisco señaló que “la escuela nos enseña a entender la realidad. Ir a la escuela significa abrir la mente y el corazón a la realidad, en la riqueza de sus aspectos, de sus dimensiones ¡Y esto es bellísimo!”.

“En los primeros años se aprende a 360 grados, luego poco a poco se profundiza hacia una dirección y finalmente se especializa. Pero si uno ha aprendido a aprender - y este es el secreto, ¿eh?, ¡aprender a aprender!- esto le queda para siempre, permanece una persona ¡abierta a la realidad!”.

El Papa indicó que “los maestros son los primeros que deben permanecer abiertos a la realidad - he escuchado los testimonios de sus maestros; me ha dado gusto sentirlos tan abiertos a la realidad ¡con la mente siempre abierta a aprender!”.

“Sí, porque si un maestro no está abierto a aprender, no es un buen maestro, y ni siquiera es interesante; los muchachos lo perciben, tienen ‘olfato’, y son atraídos por profesores que tienen un pensamiento abierto, ‘inconcluso’, que buscan ‘algo más’, y así contagian esta actitud a los estudiantes. Este es uno de los motivos por el que amo la escuela”.

El Santo Padre aseguró también que “la escuela es un lugar de encuentro. Porque todos nosotros estamos en camino, ¿eh? Poniendo en marcha un proceso, activando una vía. Y he escuchado que la escuela -todos lo hemos escuchado hoy- no es un estacionamiento, ¿eh? es un lugar de encuentro en el camino”.

“Y nosotros hoy tenemos necesidad de esta cultura del encuentro, ¿eh? para encontrarnos, para conocernos, para amarnos, para caminar juntos. Y esto es fundamental precisamente en la edad del crecimiento, como un complemento a la familia”.

La familia, dijo el Papa, “es el primer núcleo de relaciones: la relación con el padre y la madre y los hermanos es la base, y nos acompaña siempre en la vida. Pero en la escuela nosotros ‘socializamos’: encontramos personas diferentes a nosotros, diferentes por edad, por cultura, por proveniencia, por capacidades diferentes”.

“La escuela es la primera sociedad que integra a la familia. La familia y la escuela ¡jamás van contrapuestas! Son complementarias, y por lo tanto es importante que colaboren, en el respeto recíproco”.

“Y las familias de los chicos de una clase pueden hacer mucho colaborando juntas entre ellas y con los maestros. Esto hace pensar en un proverbio africano que dice: ‘Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo’. Para educar a un muchacho se necesita mucha gente: familia, escuela, maestros, todos, todos, personal asistente, profesores, ¡todos! ¿Les gusta este proverbio africano? ¿Les gusta? Digámoslo juntos: ¡Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo!, ¡juntos! ¡Para educar a un hijo se necesita a todo un pueblo! Piensen en esto, ¿eh? Piensen”.

Francisco aseguró luego que “también amo la escuela porque nos educa a lo verdadero, al bien y a lo bello. Las tres cosas van juntas, ¿eh? La educación no puede ser neutra. O es positiva o es negativa; o nos enriquece o nos empobrece; o hace crecer a la persona o la deprime, incluso puede corromperla”.

“Y en la educación es muy importante lo que también hemos escuchado hoy: ¡siempre, es mejor una derrota limpia que una victoria sucia! ¡Recuérdenlo! Esto nos hará bien durante toda la vida. Digámoslo juntos: siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia. ¡Todos juntos! ¡siempre es mejor una derrota limpia que una victoria sucia!”.

Al finalizar su mensaje, el Santo Padre expresó que “en la escuela no solamente aprendemos conocimientos, contenidos, sino que aprendemos costumbres y también valores. Juntos. Se educa para conocer tantas cosas, o sea tantos contenidos importantes, para tener ciertas costumbres también para asumir los valores. Y esto es muy importante”.

“Les deseo a todos ustedes, padres de familia, maestros, personas que trabajan en la escuela, estudiantes, les deseo un hermoso camino en la escuela, un camino que haga crecer, que haga crecer las tres lenguas, que una persona madura debe saber hablar: la lengua de la mente, la lengua del corazón y la lengua de las manos”.

“Pero con armonía, o sea pensar aquello que tú sientes y aquello que tú haces; sentir bien aquello que tú piensas y aquello que haces; y hacer bien aquello que tú piensas y aquello que tú sientes. ¡Las tres lenguas, en armonía y juntas!”.

El Papa Francisco concluyó pidiéndole a los presentes que “por favor ¡no nos dejemos robar el amor por la escuela! ¡Gracias!”.

(ACI/EWTN Noticias)

miércoles, 7 de mayo de 2014

Al dar testimonio de Cristo también se da la lucha entre Dios y el demonio

06/05/14 4:40 PM

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El Papa Francisco recorrió en su homilía el camino que llevó a la muerte de San Esteban, el primer mártir de la Iglesia. Y afirmó que también él, como Jesús, dijo que había encontrado «los celos de los dirigentes» que trataban de eliminarlo. También él tuvo «falsos testigos» y un «juicio hecho de modo rápido». Esteban les advirtió que estaban oponiéndose al Espíritu Santo, como había dicho Jesús. Pero «esta gente – evidenció el Papa – no estaba tranquila, no tenía paz en su propio corazón». Esta gente –añadió– «tenía odio» en su corazón. Por esta razón, al oír las palabras de Esteban estaban furiosos. «Este odio fue sembrado en su corazón por el diablo», «es el odio del demonio contra Cristo».

«El martirio de Esteban es una copia del martirio de Jesús».

 

Este odio del demonio «que hizo lo que quería con Jesucristo en su Pasión ahora repite lo mismo» con Esteban. Y en el martirio se ve claramente «esta lucha entre Dios y el demonio». Por otra parte, Jesús había dicho a los suyos que debían alegrarse de ser perseguidos a causa de su nombre: «Ser perseguido, ser mártir, dar la vida por Jesús es una de las Bienaventuranzas». Por esto, añadió el Papa «el demonio no puede ver la santidad de una Iglesia o la santidad de una persona, sin hacer algo» para oponerse. Y es esto lo que hace con Esteban, pero «él muere como Jesús: perdonando».
«Martirio es la traducción de la palabra griega que también significa testimonio. Y así podemos decir que para un cristiano el camino va por las huellas de este testimonio, por las huellas de Jesús para dar testimonio de Él y, tantas veces, este testimonio termina dando la vida. No se puede entender a un cristiano sin que sea testigo, sin que de testimonio. Nosotros no somos una ‘religión’ de ideas, de pura teología, de cosas bellas, de mandamientos. No, nosotros somos un pueblo que sigue a Jesucristo y da testimonio –quiere dar testimonio de Jesucristo– y este testimonio algunas veces llega a dar la vida».

La sangre de los mártires es semilla de cristianos

 

En los Hechos de los Apóstoles se lee que una vez asesinado Esteban, «estalló una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén». Estas personas «se sentían fuertes y el demonio los impulsaba a hacer esto» y así «los cristianos se dispersaron en la región de Judea, de Samaria». La persecución hace que esta «gente se fuera lejos» y donde llegaba explicaba el Evangelio, daba testimonio de Jesús y así «comenzó» la «misión de la Iglesia». «Se convertían tantos –recordó el Papa– escuchando a esta gente». Uno de los Padres de la Iglesia explicaba esto diciendo: «La sangre de los mártires es semilla de cristianos». Con «su testimonio predicaban la fe»:
«El testimonio, en la vida cotidiana, con algunas dificultades, y también en la persecución, con la muerte, siempre es fecundo. La Iglesia es fecunda y madre cuando da testimonio de Jesucristo. En cambio, cuando la Iglesia se encierra en sí misma, se cree –digamos así– una ‘Universidad de la religión’, con tantas bellas ideas, con tantos bellos templos, con tantos bellos museos, con tantas bellas cosas, pero no da testimonio, se vuelve estéril. Y el cristiano lo mismo. El cristiano que no da testimonio, permanece estéril, sin dar la vida que ha recibido de Jesucristo».
Esteban –prosiguió diciendo el Pontífice– «estaba lleno del Espíritu Santo». Y advirtió que «no se puede dar testimonio sin la presencia del Espíritu Santo en nosotros». «En los momentos difíciles, en que debemos elegir el camino justo, en que debemos decir ‘no’ a tantas cosas que quizá tratan de seducirnos hay una oración al Espíritu Santo, y es Él quien nos hace fuertes para ir por este camino, el del testimonio»:
«Y hoy pensando en estos dos iconos –Esteban, que muere, y la gente, los cristianos, que huyen, yendo por doquier por la violenta persecución– preguntémonos: ¿Cómo es mi testimonio? ¿Soy un cristiano testigo de Jesús o soy un simple numerario de esta secta? ¿Soy fecundo porque doy testimonio, o permanezco estéril porque no soy capaz de dejar que el Espíritu Santo me lleve adelante en mi vocación cristiana?».

(RV / Infocatólica)

jueves, 1 de mayo de 2014

Homilía del Papa Francisco en la canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II

27/04/14 11:38 AM.

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Homilía de Santo Padre en la misa de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II:



En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó́ la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, lo hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío».

Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado»*.

Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.

Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.

En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante». La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.

Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la segunda lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.

Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guidada por el Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia y por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu.

En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.

Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

EP /  Infocatólica


* "[...] sobre el madero, llevó nuestros pecados en su cuerpo, a fin de que, muertos
a nuestros pecados, viviéramos para la justicia; con cuyas heridas habéis sido curados.
"
(1 Pe 2, 24)