miércoles, 25 de marzo de 2015

La cruz de Cristo es fecunda

Ciudad del Vaticano, .

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El santo padre Francisco, antes de rezar la oración del ángelus ante los miles de peregrinos reunidos en la plaza de San Pedro, dijo las palabras que proponemos a continuación:

«Queridos hermanos y hermanas,
En este quinto domingo de cuaresma, el evangelista Juan atrae nuestra atención con un particular curioso: algunos 'griegos', de religión judía, llegados a Jerusalén para la fiesta de Pascua, se dirigen al apóstol Felipe y le dicen: “Queremos ver a Jesús”. En la ciudad santa, en donde Jesús se ha dirigido por la última vez hay mucha gente. Están los pequeños y simples, que han acogido festivamente al profeta de Nazaret, reconociendo el enviado del Señor en él.

Están los sumos sacerdotes y los jefes del pueblo, que lo quieren eliminar porque lo consideran herético y peligroso. Se encuentran también personas, que como aquellos 'griegos', tienen curiosidad por verlo y saber más sobre su persona y las obras por él realizadas, la última de las cuales --la resurrección de Lázaro-- despertó mucha impresión.

Queremos ver a Jesús”. Estas palabras como tantas otras en los evangelios, llevan más allá del episodio particular y expresan algo de universal; revelan un deseo que atraviesa las épocas y las culturas, un deseo presente en el corazón de tantas personas que han oído hablar de Cristo, pero aún no lo han encontrado. 'Yo deseo ver a Jesús': así siente el corazón de esta gente.

Respondiendo indirectamente, de manera profética a aquel pedido de poder verlo, Jesús pronuncia una profecía que desvela su identidad e indica el camino para conocerlo verdaderamente: “Ha llegado la hora que el Hijo del hombre sea glorificado”. ¡Es la hora de la cruz!, es la hora de la derrota de Satanás, príncipe del mal, y del triunfo definitivo del amor misericordioso de Dios.

Cristo declara que será “elevado de la tierra”, una expresión con un doble significado: “elevado” porque exaltado por el Padre en la Resurrección, para atraer a todos a sí y reconciliar a los hombres con Dios y entre ellos. La hora de la cruz, la más oscura de la historia, que es también el manantial de la salvación para todos aquellos que creen el él.

Prosiguiendo en la profecía sobre su Pascua, a esta altura inminente, Jesús usa una imagen simple y sugestiva, la del “grano de trigo” que, caído en la tierra, muere para producir su fruto. En esta imagen encontramos otro aspecto de la cruz de Cristo: el de la fecundidad. La cruz de Cristo es fecunda. La muerte de Jesús es de hecho una fuente interminable de vida nueva, porque lleva en sí la fuerza generadora del amor de Dios. Sumergidos en este amor por el bautismo, los cristianos pueden volverse “granos de trigo” y fructificar mucho si, como Jesús, pierden la propia vida” por amor de Dios y de los hermanos.

Por esto a quienes también hoy “quieren ver a Jesús”, a quienes están a la búsqueda del rostro de Dios; a quien ha recibido una catequesis cuando era pequeño y nunca más la ha profundizado, que lleva la fe a tantos que aún no han encontrado a Jesús personalmente...; a todas estas personas nosotros podemos ofrecerles tres cosas, tres: el evangelio; el crucifijo; y el testimonio de nuestra fe, pobre pero sincera.

El evangelio: allí podemos encontrar a Jesús, escucharlo, y conocerlo. El crucifico: signo del amor de Jesús que se ha donado por nosotros; y después, una fe que se traduce en gestos simples de caridad fraterna. Pero principalmente, en la coherencia de vida entre lo que decimos y lo que vivimos. Coherencia entre nuestra fe y nuestra vida, entre nuestras palabras y nuestras acciones. El evangelio, el crucifijo y el testimonio. Qué la Virgen nos ayude a llevar estas tres cosas.

(Texto traducido desde el audio por ZENIT)


lunes, 9 de marzo de 2015

El Papa nos recuerda que no podemos engañar a Jesús

09-03-2015.

http://www.periodistadigital.com/imagenes/2015/03/08/francisco-en-la-parroquia-de-santa-maria-del-redentor.jpg

"Homilía del Papa Francisco en la misa en la parroquia de Santa María del Redentor de Tor Bella Monaca":


En este pasaje del Evangelio* que hemos escuchado, hay dos cosas que me parecen relevantes: una imagen y una palabra. La imagen es la de Jesús con un látigo en la mano, que expulsa a todos aquellos que se aprovechan del Templo para hacer negocios. Estos hombres de negocios que vendían animales para el sacrificio, cambiaban monedas… Estaba lo sagrado – el templo, sagrado – y estaba lo sucio fuera, ¿no? Esta es la imagen. Y Jesús tomó el látigo para hacer un poco de limpieza en el Templo.

Y la frase, cuando se dice que muchas personas creían en él, hay una terrible sentencia: “Pero él, Jesús, no confiaba en ellos, porque conocía a todos y él sabía lo que había en el hombre “. No podemos engañar a Jesús: Él nos conoce desde dentro. No confiaba. Y esto puede ser una buena pregunta para hacernos a mitad de Cuaresma: Jesús, ¿tú confías en mí? Jesús, ¿tú confías en mí o tengo doble cara? ¿Yo soy católico, estoy cerca de la Iglesia, y luego vivo como un pagano?
Jesús sabe todo lo que está en nuestro corazón: no podemos engañar a Jesús. No podemos ponernos frente a Él, fingir que somos santos, y cerrar los ojos, hacer así, y luego llevar una vida que no sea la que él quiere. Y él lo sabe. Y todos sabemos el nombre que Jesús da a quienes tenían una doble cara: hipócritas.

Haremos bien, hoy en día, si entramos en nuestro corazón y mirando a Jesús le decimos:.’Pero, Señor, mira, hay cosas buenas, pero hay cosas que no son buenas. Jesús, ¿tú confías en mí? Soy un pecador … “. Eso gusta a Jesús: si le dices “soy un pecador”, no tiene miedo. Para él, lo malo es la doble cara: la adquisición del derecho a cubrir el pecado oculto. ‘Pero, voy a la iglesia todos los domingos, y yo …’ sí, podemos decir todo lo que queramos. Pero si tu corazón no es recto, si no hace justicia, si no amas a los que están en necesidad de amor, si no vives de acuerdo con el espíritu de las bienaventuranzas, no eres católico. Usted es un hipócrita. Primero: Jesús, ¿tú confías en mí? En la oración, pedirle: ‘Señor, ¿tú confías en mí?’.

En segundo lugar, el gesto. Cuando entramos en nuestro corazón, nos encontramos con cosas que no van bien, como Jesús lo encontró en el templo. Incluso dentro de nosotros hay suciedad, hay pecados de egoísmo, la arrogancia, el orgullo, la avaricia, la envidia, los celos … ¡Muchos pecados! También, podemos continuar el diálogo con Jesús: “Jesús, ¿tú confías en mí? Quiero que confíes en mí. Entonces voy a abrir la puerta, y limpiar mi alma “. ¡Abrid vuestros corazones a la misericordia de Jesús! Usted dice: ‘Pero, Jesús, ¡mira cuánta suciedad! Venga, limpia. Limpie con Su misericordia, con sus dulces palabras; limpiar con Sus caricias “. Y si abrimos nuestros corazones a la misericordia de Jesús, para limpiar nuestros corazones, nuestras almas, Jesús va a confiar en nosotros.

(Infovaticana)

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* Evangelio: Juan 2, 13-25:

"Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el Templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas en sus puestos.
Haciendo un látigo con cuerdas, echó a todos fuera del Templo, con las ovejas y los bueyes; desparramó el dinero de los cambistas y les volcó las mesas; y dijo a los que vendían palomas: «Quitad esto de aquí. No hagáis de la Casa de mi Padre una casa de mercado».
Sus discípulos se acordaron de que estaba escrito: El celo por tu Casa me devorará.
Los judíos entonces le replicaron diciéndole: «Qué señal nos muestras para obrar así?»
Jesús les respondió: «Destruid este Santuario y en tres días lo levantaré».
Los judíos le contestaron: «Cuarenta y seis años se han tardado en construir este Santuario, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»
Pero él hablaba del Santuario de su cuerpo.
Cuando resucitó, pues, de entre los muertos, se acordaron sus discípulos de que había dicho eso, y creyeron en la Escritura y en las palabras que había dicho Jesús.
Mientras estuvo en Jerusalén, por la fiesta de la Pascua, creyeron muchos en su nombre al ver las señales que realizaba.
Pero Jesús no se confiaba a ellos porque los conocía a todos y no tenía necesidad de que se le diera testimonio acerca de los hombres, pues él conocía lo que hay en el hombre."

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Lucas 5,31-32:

"[...] No necesitan médico los que están sanos, sino los que están mal. No he venido a llamar a conversión a justos, sino a pecadores"


Marcos 7, 6:

"El les dijo: «Bien profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, según está escrito: Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí."