27/10/14 8:14 AM.
Palabras del Santo Padre antes del rezo del Ángelus:
¡Queridos hermanos y hermanas buenos días!
El Evangelio de hoy nos recuerda que toda la Ley divina
se resume en el amor por Dios y por el prójimo. El Evangelista Mateo cuenta que
algunos fariseos se pusieron de acuerdo para probar a Jesús (cfr 22,34-35). Uno
de ellos, un doctor de la ley, le dirige esta pregunta : «Maestro, ¿cuál es el
mandamiento más grande de la Ley?»(v. 36). Jesús, citando el Libro del
Deuteronomio, responde: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con
toda tu alma y con todo tu espíritu. Este es el más grande y el primer
mandamiento» (vv. 37-38). Habría podido detenerse aquí. En cambio Jesús agrega
algo que no había sido preguntado por el doctor de la ley. De hecho dice: «El
segundo es semejante al primero: Amarás a tu prójimo como a ti mismo» (v. 39).
Este segundo mandamiento tampoco lo inventa Jesús, sino que lo retoma del Libro
del Levítico. Su novedad consiste justamente en el juntar estos dos mandamientos
– el amor por Dios y el amor por el prójimo – revelando que son inseparables y
complementarios, son las dos caras de una misma medalla. No se puede amar a Dios sin amar al prójimo y
no se puede amar al prójimo sin amar a Dios. El Papa Benedicto
nos ha dejado un bellísimo comentario sobre este tema en su primera Encíclica
"Deus Caritas Est" (nn. 16-18).
En efecto, la señal visible que el cristiano puede
mostrar para testimoniar el amor de Dios al mundo y a los demás, a su familia,
es el amor por los hermanos. El mandamiento del amor a
Dios y al prójimo es el primero no porque está encima del
elenco de los mandamientos. Jesús no lo coloca en el
vértice, sino al centro, porque es el corazón desde el cual
debe partir todo y hacia donde todo debe regresar y servir de referencia.
Ya en el Antiguo Testamento la exigencia de ser santos, a imagen de Dios
que es santo, comprendía también el deber de ocuparse de las personas más
débiles como el forastero, el huérfano, la viuda (cfr Ex
22,20-26). Jesús lleva a cumplimento esta ley de alianza, Él que une en sí
mismo, en su carne, la divinidad y la humanidad, en un único misterio de amor.
A este punto, a la luz de esta palabra de Jesús, el amor es la medida de la fe, y la fe es el
alma del amor. No podemos separar más la vida religiosa, de piedad, del
servicio a los hermanos, de aquellos hermanos concretos que
encontramos. No podemos dividir más la oración, el encuentro con Dios en los
Sacramentos, de la escucha del otro, de la cercanía a su vida, especialmente a
sus heridas. Acuérdense de esto: el amor es la medida de la fe. Tú ¿cuánto
amas? Cada uno se responda ¿Cómo es tu fe? Mi fe es como yo amo. Y la fe es el
alma del amor.
En medio de la densa selva de preceptos y prescripciones
– de los legalismos de ayer y de hoy – Jesús abre un claro que permite ver dos
rostros: el rostro del Padre y aquel del hermano. No nos entrega dos fórmulas o
dos preceptos: no son preceptos y fórmulas;
nos entrega dos rostros, es más un solo rostro, aquel de Dios que se refleja en
tantos rostros, porque en el rostro de cada hermano,
especialmente el más pequeño, frágil, indefenso y necesitado está presente la
imagen misma de Dios. Y deberiamos preguntarnos, cuando encontramos a uno de
estos hermanos, si somos capaces de reconocer en él el rostro de Cristo: ¿somos
capaces de esto?
De esta forma Jesús ofrece a cada hombre el criterio
fundamental sobre el cual edificar la propia vida. Pero sobre todo Él nos dona el Espíritu Santo, que nos permite
amar a Dios y al prójimo como Él, con corazón libre y generoso.
Por intercesión de María, nuestra Madre, abrámonos para acoger este don de
amor, para caminar siempre en esta ley de los dos rostros, que son un solo
rostro: la ley del amor.
(RV/InfoCatólica)
(RV/InfoCatólica)
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Éxodo 22, 20-26:
"No maltratarás al forastero, ni le oprimirás, pues forasteros fuisteis vosotros en el país de Egipto.
No vejarás a viuda ni a huérfano.
Si le vejas y clama a mí, no dejaré de oír su clamor, se encenderá mi ira y os mataré a espada; vuestras mujeres quedarán viudas y vuestros hijos huérfanos.
Si prestas dinero a uno de mi pueblo, al pobre que habita contigo, no serás con él un usurero; no le exigiréis interés.
Si tomas en prenda el manto de tu prójimo, se lo devolverás al ponerse el sol, porque con él se abriga; es el vestido de su cuerpo. ¿Sobre qué va a dormir, si no? Clamará a mí, y yo le oiré, porque soy compasivo."
Mt 22, 34-40:
"Mas los fariseos, al enterarse de que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron en grupo, y uno de ellos le preguntó con ánimo de ponerle a prueba: «Maestro, ¿cuál es el mandamiento mayor de la Ley?»
El le dijo: «Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente.
Este es el mayor y el primer mandamiento. El segundo es semejante a éste: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos penden toda la Ley y los Profetas.»"
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