El Papa Francisco dedicó la catequesis de este miércoles a reflexionar sobre la importancia de la fiesta en la familia, precisó que es un tiempo “sagrado” en el que Dios también habita, de manera especial en la Eucaristía.
A continuación y gracias a Radio Vaticano, el texto completo de la catequesis:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy abrimos un pequeño camino de reflexión sobre tres dimensiones que marcan, por así decir, el ritmo de la vida familiar: la fiesta, el trabajo y la oración.
Comenzamos por la fiesta. Hoy hablaremos de la fiesta. Y decimos
inmediatamente que la fiesta es un invento de Dios. Recordamos la
conclusión de la narración de la creación, en el Libro del Génesis que
hemos escuchado: «El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho,
y cesó de hacer la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo
día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado»
(2,2-3). Dios mismo nos enseña la importancia de dedicar un tiempo a
contemplar y a gozar de lo que en el trabajo ha sido bien hecho. Hablo
de trabajo, naturalmente, no sólo en el sentido del arte manual y de la
profesión, sino en el sentido más amplio: cada acción con la cual
nosotros los hombres y mujeres podemos colaborar a la obra creadora de
Dios.
Por lo tanto, la fiesta no es la pereza de quedarse en el sofá o la
emoción de una tonta evasión… No, la fiesta es en primer lugar una
mirada amorosa y grata sobre el trabajo bien hecho; festejamos un
trabajo. También ustedes, recién casados, están festejando el trabajo de
un lindo tiempo de noviazgo:
¡y esto es bello! Es el tiempo para ver a los hijos, o los nietos, que
están creciendo, y pensar: ¡qué bello! Es el tiempo para mirar nuestra
casa, los amigos que hospedamos, la comunidad que nos rodea, y pensar:
¡qué buena cosa! Dios ha hecho así cuando ha creado el mundo. Y
continuamente hace así, porque Dios crea siempre, ¡también en este
momento!
Puede suceder que una fiesta llegue en circunstancias difíciles y
dolorosas, y se celebra quizá “con un nudo en la garganta”. Y sin
embargo, también en estos casos, pedimos a Dios la fuerza de no vaciarla
completamente. Ustedes mamás y papás saben bien esto: cuántas veces,
por amor a los hijos, son capaces de apartar las penas para dejar que
ellos vivan bien la fiesta, ¡gusten el sentido bueno de la vida! ¡Hay
tanto amor en esto!
También en el ambiente de trabajo, a veces - ¡sin fallar a los deberes! -
nosotros sabemos “filtrar” alguna chispa de fiesta: un cumpleaños, un matrimonio,
un nuevo nacimiento, como también una despedida o una nueva llegada…,
es importante. Es importante hacer fiesta. Son momentos de familiaridad
en el engranaje de la máquina productiva: ¡nos hace bien!
Pero el verdadero tiempo de la fiesta, suspende el trabajo profesional, y
es sagrado, porque recuerda que el hombre y la mujer que han sido
hechos a imagen de Dios, el cual no es esclavo del trabajo, sino Señor,
por lo tanto también nosotros no debemos ser nunca esclavos del trabajo,
sino “señores”. Hay un mandamiento para esto, un mandamiento que se
aplica a todos, ¡ninguno es excluido! Y en cambio sabemos que hay
millones de hombres y mujeres, e incluso ¡niños esclavos del trabajo! En
este tiempo existen esclavos ¡Son explotados, esclavos del trabajo y
esto es en contra de Dios y en contra de la dignidad de la persona
humana! La obsesión por el beneficio económico y el eficientismo de la
técnica amenaza los ritmos humanos de la vida, porque la vida tiene sus
ritmos humanos.
El tiempo del reposo, sobre todo el dominical, está destinado a nosotros
para que podamos gozar de aquello que no se produce y no se consume, no
se compra y no se vende. Y por el contrario vemos que la ideología de
la ganancia y del consumo quiere devorar también la fiesta: y también
ésta a veces se reduce a un “negocio”, un modo para ganar dinero y
gastarlo. Pero ¿es para eso que trabajamos? La codicia del consumir, que
comporta el desperdicio, es un virus feo que, entre otros, nos hace
estar más cansados que antes. Perjudica el verdadero trabajo, consume la
vida. Los ritmos desregulados de la fiesta causan víctimas, a menudo
jóvenes.
Finalmente, el tiempo de la fiesta es sagrado porque Dios habita en modo
especial. La Eucaristía dominical lleva a la fiesta toda la gracia de
Jesucristo: su presencia, su amor, su sacrificio, su hacerse comunidad,
su estar con nosotros… Y es así, como cada realidad recibe su sentido
pleno: el trabajo, la familia, las alegrías y los cansancios de cada
día, también el sufrimiento y la muerte; todo se trasfigura por la
gracia de Cristo.
La familia está dotada de una competencia extraordinaria para entender,
dirigir y sostener el auténtico valor del tiempo de la fiesta. Pero ¡que
bellas son las fiestas en familia, son bellísimas! Y en particular del
domingo. No es casualidad si las fiestas en las cuales hay lugar para
toda la familia ¡son aquellas que salen mejor!
La misma vida familiar, mirada con los ojos de la fe, aparece mejor de
los cansancios que implican. Nos aparece como una obra de arte de
sencillez, bella porque no es artificial, no fingida, sino capaz de
incorporar en sí misma todos los aspectos de la vida verdadera. Nos
aparece como una cosa “muy buena”, como Dios dice al final de la
creación del hombre y de la mujer (cfr Gen 1, 31). Por lo tanto, la
fiesta es un valioso regalo de Dios; un valioso regalo que Dios ha hecho
a la familia humana: ¡no la arruinemos!
Gracias.
(ACI)
"[...] y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho." (Génesis 2, 2-3)
"Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien [...]" (Génesis 1, 31)
"El domingo es el día por excelencia de la Asamblea litúrgica, en que los fieles "deben reunirse para, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios [...]" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1167)
"El domingo, "día del Señor", es el día principal de la celebración de la Eucaristía porque es el día de la Resurrección. Es el día de la Asamblea litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el día del gozo y de descanso del trabajo. Él es "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico"." (Catecismo de la Iglesia Católica, 1193)
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