5 marzo, 2014.
Este miércoles de Ceniza, el Papa Francisco, rodeado de miles de fieles y peregrinos, inició en Roma el itinerario cuaresmal: “tiempo fuerte de conversión, para vivir con mayor profundidad el bautismo.” Radio Vaticana nos trae el texto completo de la catequesis del Papa:
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, Miércoles de Ceniza, comienza el
itinerario cuaresmal de cuarenta días que nos conducirá al Triduo
pascual, memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, corazón,
centro del misterio de nuestra salvación. Y la cuaresma nos prepara a
este momento tan importante y por ello la Cuaresma es un tiempo
“fuerte”, un punto de viraje que puede favorecer en cada uno de nosotros
el cambio, la conversión, todos nosotros tenemos necesidad de mejorar,
de cambiar en positivo, y la cuaresma nos ayuda. Y así salimos de los
hábitos cansados y del perezoso acostumbrarse al mal que nos insidia. En
el tiempo cuaresmal la Iglesia nos dirige dos importantes invitaciones:
tomar conciencia más viva de la obra redentora de Cristo; vivir con
mayor empeño el propio Bautismo.
La conciencia de las maravillas que el
Señor ha obrado por nuestra salvación dispone nuestra mente y nuestro
corazón a una actitud de gratitud hacia Dios, por todo lo que Él nos ha
donado, por todo aquello que cumple a favor de su Pueblo y de la
humanidad entera. De aquí parte nuestra conversión: ella es la respuesta
reconocida al misterio estupendo del amor de Dios. Cuando nosotros
vemos este amor que Dios tiene para nosotros, sentimos las ganas de
acercarnos a él y esta es la conversión.
Vivir el Bautismo hasta el fondo – esta
es la segunda invitación – significa no acostumbrarse a las situaciones
de degrado y de miseria que encontramos caminando por las calles de
nuestras ciudades y de nuestros países. Está el riesgo de aceptar
pasivamente ciertos comportamientos y de no sorprendernos frente a las
tristes realidades que nos rodean. Nos acostumbramos a la violencia,
como si fuese una noticia cotidiana descontada; nos acostumbramos a
hermanos y hermanas que duermen en la calle, que no tienen un techo para
protegerse. Nos acostumbramos a los prófugos en busca de libertad y
dignidad, que no son acogidos como se debe. Nos acostumbramos a vivir en
una sociedad que pretende menospreciar a Dios, en la que los padres no
enseñan más a los hijos a rezar ni a hacerse la señal de la cruz. Yo les
pregunto: sus hijos, sus niños ¿saben hacerse el signo de la cruz?
Piensen. ¿Sus nietos saben hacerse el signo de la cruz? ¿Se lo han
enseñado? Piensen y respóndanse en su corazón. ¿Saben rezar el
padrenuestro, saben rezar a la Virgen con el Avemaría? Y respóndanse
ustedes. Este acostumbrarse a comportamientos no cristianos y de
comodidad ¡nos narcotiza el corazón!
La Cuaresma nos llega como un momento
providencial para cambiar ruta, para recuperar la capacidad de
reaccionar ante la realidad del mal que siempre nos desafía. La Cuaresma
se debe vivir como tiempo de conversión, de renovación personal y
comunitaria a través del acercamiento a Dios y de la adhesión confiada
al Evangelio. De esta manera también nos permite mirar con nuevos ojos a
los hermanos y sus necesidades. Por ello la Cuaresma es un tiempo
propicio para convertirse al amor al prójimo; un amor que sepa hacer
propia la actitud de gratuidad y de misericordia del Señor, que «se hizo
pobre para enriquecernos con su pobreza» (cf. 2 Cor 8,9) . Meditando
sobre los misterios centrales de la fe, la pasión, la cruz y la
resurrección de Cristo, nos damos cuenta de que el don sin medida de la
Redención se nos ha dado por la iniciativa gratuita de Dios.
Acción de gracias a Dios por el misterio
de su amor crucificado; fe auténtica; conversión y apertura del corazón
a los hermanos: éstos son los elementos esenciales para vivir el tiempo
de la Cuaresma. En este camino, queremos invocar con especial confianza
la protección y la ayuda de la Virgen María: Que sea Ella, la primera
creyente en Cristo, la que nos acompañe en los días de intensa oración y
de penitencia, para llegar a celebrar, purificados y renovados en el
espíritu, el gran misterio de la Pascua de su Hijo.
Gracias.
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