lunes, 24 de agosto de 2015

La importancia de la fe para comprender a Jesús



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Como cada domingo, el papa Francisco rezó el Ángelus desde la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico, ante una multitud que le atendía en la Plaza de San Pedro.
Dirigiéndose a los fieles y peregrinos venidos de todo el mundo, que le acogieron con un largo y caluroso aplauso, el Pontífice les dijo:

Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Concluye hoy la lectura del capítulo sexto del Evangelio de Juan, con el discurso sobre el Pan de la vida, pronunciado por Jesús, al día siguiente del milagro de la multiplicación de los panes y peces. Al final de este discurso, el gran entusiasmo del día anterior se apagó, porque Jesús había dicho que era el Pan bajado del cielo y que daba su carne como alimento y su sangre como bebida, aludiendo así claramente al sacrificio de su misma vida. Estas palabras suscitaron desilusión en la gente, que las juzgó indignas del Mesías, no ‘ganadoras’.

Así, algunos miraban a Jesús como a un mesías que debía hablar y actuar de modo que su misión tuviera éxito, ¡enseguida!

¡Pero, precisamente sobre esto se equivocaban: sobre el modo de entender la misión del Mesías!
Ni siquiera los discípulos logran aceptar ese lenguaje, lenguaje inquietante del Maestro. Y el pasaje de hoy cuenta su malestar: “¡Es duro este lenguaje! --decían-- ¿Quién puede escucharlo?”.

En realidad, ellos entendieron bien las palabras de Jesús. Tan bien que no quieren escucharlo, porque es un discurso que pone en crisis su mentalidad. Siempre las palabras de Jesús nos ponen en crisis; en crisis, por ejemplo, ante el espíritu del mundo, a la mundanidad

Pero Jesús ofrece la clave para superar la dificultad; una clave hecha con tres elementos. 

Primero, su origen divino: Él ha bajado del cielo y subirá allí donde estaba antes.

Segundo, sus palabras se pueden comprender solo a través de la acción del Espíritu Santo, Aquel que “da la vida”. Y es precisamente el Espíritu Santo el que nos hace comprender bien a Jesús.

Tercero: la verdadera causa de la incomprensión de sus palabras es la falta de fe: “hay entre ustedes algunos que no creen”, dice Jesús. En efecto, desde ese momento, dice el Evangelio, “muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo”. Ante estas defecciones, Jesús no hace descuentos y no atenúa sus palabras, aún más obliga a realizar una opción precisa: o estar con Él o separarse de Él, y dice a los Doce: “¿También ustedes quieren irse?”.

En ese momento, Pedro hace su confesión de fe en nombre de los otros Apóstoles: “Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna”. No dice: “¿dónde iremos?”, sino “¿a quién iremos?”. El problema de fondo no es ir y abandonar la obra emprendida, sino a quién ir. De esa pregunta de Pedro, nosotros comprendemos que la fidelidad a Dios es cuestión de fidelidad a una persona, con la cual nos unimos para caminar juntos por el mismo camino. Y esta persona es Jesús. Todo lo que tenemos en el mundo no sacia nuestra hambre de infinito. ¡Tenemos necesidad de Jesús, de estar con Él, de alimentarnos en su mesa, con sus palabras de vida eterna!

Creer en Jesús significa hacer de Él el centro, el sentido de nuestra vida. Cristo no es un elemento accesorio: es el “pan vivo”, el alimento indispensable. Unirse a Él, en una verdadera relación de fe y de amor, no significa estar encadenados, sino ser profundamente libres, siempre en camino.

Cada uno de nosotros puede preguntarse, ahora: ¿Quién es Jesús para mí? ¿Es un nombre, es una idea, es un personaje histórico solamente? O es verdaderamente aquella persona que me ama, que ha dado su vida por mí y camina conmigo. ¿Para ti quién es Jesús? ¿Estás con Jesús? ¿Intentas conocerlo en su palabra? ¿Lees el Evangelio todos los días, un pasaje del Evangelio, para conocer a Jesús? ¿Llevas el pequeño Evangelio en el bolsillo, en el bolso, para leerlo, en todas partes? Porque cuanto más estamos con Él, más crece el deseo de permanecer con él. Ahora les pediré amablemente, hagamos un momentito de silencio y cada uno de nosotros en silencio, en su corazón, se pregunte: ¿quién es Jesús para mí? En silencio, cada uno responda, en su corazón: ¿quién es Jesús para mí?

Que la Virgen María nos ayude a “ir” siempre a Jesús, para experimentar la libertad que Él nos ofrece, y que nos consiente limpiar nuestras opciones de las incrustaciones mundanas y también de los miedos.

Al término de estas palabras, el Santo Padre rezó la oración mariana:
Angelus Domini nuntiavit Mariae...

Al concluir la plegaria, el Pontífice renovó su llamamiento para que se respeten los acuerdos de paz en Ucrania:

Queridos hermanos y hermanas,
Con preocupación, sigo el conflicto en Ucrania oriental, que se ha agravado nuevamente en estas últimas semanas. Renuevo mi llamamiento para que se respeten los acuerdos asumidos para alcanzar la pacificación, y con la ayuda de las organizaciones y de las personas de buena voluntad, se responda a la emergencia humanitaria en el país.
Que el Señor conceda la paz a Ucrania, que se prepara a celebrar, mañana, la fiesta nacional. ¡Que la Virgen María interceda por nosotros!

A continuación llegó el turno de los saludos que tradicionalmente realiza el Santo Padre:
Saludo cordialmente a todos los peregrinos romanos y a los procedentes de varios países, en particular a los nuevos seminaristas del Pontificio Colegio Norteamericano, llegados a Roma para realizar los estudios teológicos.


Saludo al grupo deportivo de San Giorgio su Legnano, a los fieles de Luzzana y de Chioggia; a los chicos y los jóvenes de la diócesis de Verona.

Y no se olviden, esta semana, deténganse cada día un momentito y háganse la pregunta: “¿quién es Jesús para mí?”. Y cada uno responda en su corazón. ¿Quién es Jesús para mí?
Como de costumbre, el papa Francisco concluyó su intervención diciendo:
A todos les deseo un buen domingo. Y por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta pronto!


(ZENIT)

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"Subió Jesús al monte y se sentó allí en compañía de sus discípulos.
Estaba próxima la Pascua, la fiesta de los judíos. Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: «¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?» Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer.
Felipe le contestó: «Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco». Le dice uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro:
«Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y dos peces; pero ¿qué es eso para tantos?» Dijo Jesús: «Haced que se recueste la gente». Había en el lugar mucha hierba. Se recostaron, pues, los hombres en número de unos 5.000.
Tomó entonces Jesús los panes y, después de dar gracias, los repartió entre los que estaban recostados y lo mismo los peces, todo lo que quisieron.
Cuando se saciaron, dice a sus discípulos: «Recoged los trozos sobrantes para que nada se pierda». Los recogieron, pues, y llenaron doce canastos con los trozos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido." (Juan 6, 3-13)


"Al encontrarle a la orilla del mar, le dijeron: «Rabbí, ¿cuándo has llegado aquí?»
Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: vosotros me buscáis, no porque habéis visto señales, sino porque habéis comido de los panes y os habéis saciado.
Obrad, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece para vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre, porque a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello».
Ellos le dijeron: «¿Qué hemos de hacer para obrar las obras de Dios?» Jesús les respondió: «La obra de Dios es que creáis en quien él ha enviado».
Ellos entonces le dijeron: «¿Qué señal haces para que viéndola creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, según está escrito: Pan del cielo les dio a comer». Jesús les respondió: «En verdad, en verdad os digo: No fue Moisés quien os dio el pan del cielo; es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo». Entonces le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan». Les dijo Jesús: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed.
Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día.
Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día». Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan que ha bajado del cielo».
Y decían: «¿No es éste Jesús, hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo puede decir ahora: He bajado del cielo?» Jesús les respondió: «No murmuréis entre vosotros. «Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y yo le resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquel que ha venido de Dios, ése ha visto al Padre.
En verdad, en verdad os digo: el que cree, tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron; este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo»." (Juan 6, 25-51)

"El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama." (Mateo 12, 30; Lucas 11, 23)

"[...] ¿no sabéis que la amistad con el mundo es enemistad con Dios? Cualquiera, pues,
que desee ser amigo del mundo se constituye en enemigo de Dios
." (Santiago 4, 4)


viernes, 14 de agosto de 2015

El Papa habla sobre la fiesta del domingo

VATICANO, 12 Ago. 15 / 10:18 am.


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El Papa Francisco dedicó la catequesis de este miércoles a reflexionar sobre la importancia de la fiesta en la familia, precisó que es un tiempo “sagrado” en el que Dios también habita, de manera especial en la Eucaristía.

A continuación y gracias a Radio Vaticano, el texto completo de la catequesis:


Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!

Hoy abrimos un pequeño camino de reflexión sobre tres dimensiones que marcan, por así decir, el ritmo de la vida familiar: la fiesta, el trabajo y la oración.

Comenzamos por la fiesta. Hoy hablaremos de la fiesta. Y decimos inmediatamente que la fiesta es un invento de Dios. Recordamos la conclusión de la narración de la creación, en el Libro del Génesis que hemos escuchado: «El séptimo día, Dios concluyó la obra que había hecho, y cesó de hacer la obra que había emprendido. Dios bendijo el séptimo día y lo consagró, porque en él cesó de hacer la obra que había creado» (2,2-3). Dios mismo nos enseña la importancia de dedicar un tiempo a contemplar y a gozar de lo que en el trabajo ha sido bien hecho. Hablo de trabajo, naturalmente, no sólo en el sentido del arte manual y de la profesión, sino en el sentido más amplio: cada acción con la cual nosotros los hombres y mujeres podemos colaborar a la obra creadora de Dios.

Por lo tanto, la fiesta no es la pereza de quedarse en el sofá o la emoción de una tonta evasión… No, la fiesta es en primer lugar una mirada amorosa y grata sobre el trabajo bien hecho; festejamos un trabajo. También ustedes, recién casados, están festejando el trabajo de un lindo tiempo de noviazgo: ¡y esto es bello! Es el tiempo para ver a los hijos, o los nietos, que están creciendo, y pensar: ¡qué bello! Es el tiempo para mirar nuestra casa, los amigos que hospedamos, la comunidad que nos rodea, y pensar: ¡qué buena cosa! Dios ha hecho así cuando ha creado el mundo. Y continuamente hace así, porque Dios crea siempre, ¡también en este momento!

Puede suceder que una fiesta llegue en circunstancias difíciles y dolorosas, y se celebra quizá “con un nudo en la garganta”. Y sin embargo, también en estos casos, pedimos a Dios la fuerza de no vaciarla completamente. Ustedes mamás y papás saben bien esto: cuántas veces, por amor a los hijos, son capaces de apartar las penas para dejar que ellos vivan bien la fiesta, ¡gusten el sentido bueno de la vida! ¡Hay tanto amor en esto!

También en el ambiente de trabajo, a veces - ¡sin fallar a los deberes! - nosotros sabemos “filtrar” alguna chispa de fiesta: un cumpleaños, un matrimonio, un nuevo nacimiento, como también una despedida o una nueva llegada…, es importante. Es importante hacer fiesta. Son momentos de familiaridad en el engranaje de la máquina productiva: ¡nos hace bien!

Pero el verdadero tiempo de la fiesta, suspende el trabajo profesional, y es sagrado, porque recuerda que el hombre y la mujer que han sido hechos a imagen de Dios, el cual no es esclavo del trabajo, sino Señor, por lo tanto también nosotros no debemos ser nunca esclavos del trabajo, sino “señores”. Hay un mandamiento para esto, un mandamiento que se aplica a todos, ¡ninguno es excluido! Y en cambio sabemos que hay millones de hombres y mujeres, e incluso ¡niños esclavos del trabajo! En este tiempo existen esclavos ¡Son explotados, esclavos del trabajo y esto es en contra de Dios y en contra de la dignidad de la persona humana! La obsesión por el beneficio económico y el eficientismo de la técnica amenaza los ritmos humanos de la vida, porque la vida tiene sus ritmos humanos.

El tiempo del reposo, sobre todo el dominical, está destinado a nosotros para que podamos gozar de aquello que no se produce y no se consume, no se compra y no se vende. Y por el contrario vemos que la ideología de la ganancia y del consumo quiere devorar también la fiesta: y también ésta a veces se reduce a un “negocio”, un modo para ganar dinero y gastarlo. Pero ¿es para eso que trabajamos? La codicia del consumir, que comporta el desperdicio, es un virus feo que, entre otros, nos hace estar más cansados que antes. Perjudica el verdadero trabajo, consume la vida. Los ritmos desregulados de la fiesta causan víctimas, a menudo jóvenes.

Finalmente, el tiempo de la fiesta es sagrado porque Dios habita en modo especial. La Eucaristía dominical lleva a la fiesta toda la gracia de Jesucristo: su presencia, su amor, su sacrificio, su hacerse comunidad, su estar con nosotros… Y es así, como cada realidad recibe su sentido pleno: el trabajo, la familia, las alegrías y los cansancios de cada día, también el sufrimiento y la muerte; todo se trasfigura por la gracia de Cristo.

La familia está dotada de una competencia extraordinaria para entender, dirigir y sostener el auténtico valor del tiempo de la fiesta. Pero ¡que bellas son las fiestas en familia, son bellísimas! Y en particular del domingo. No es casualidad si las fiestas en las cuales hay lugar para toda la familia ¡son aquellas que salen mejor!

La misma vida familiar, mirada con los ojos de la fe, aparece mejor de los cansancios que implican. Nos aparece como una obra de arte de sencillez, bella porque no es artificial, no fingida, sino capaz de incorporar en sí misma todos los aspectos de la vida verdadera. Nos aparece como una cosa “muy buena”, como Dios dice al final de la creación del hombre y de la mujer (cfr Gen 1, 31). Por lo tanto, la fiesta es un valioso regalo de Dios; un valioso regalo que Dios ha hecho a la familia humana: ¡no la arruinemos! 

Gracias.


(ACI)


"[...] y dio por concluida Dios en el séptimo día la labor que había hecho, y cesó en el día séptimo de toda la labor que hiciera. Y bendijo Dios el día séptimo y lo santificó; porque en él cesó Dios de toda la obra creadora que Dios había hecho." (Génesis 2, 2-3)

"Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien [...]" (Génesis 1, 31)

"El domingo es el día por excelencia de la Asamblea litúrgica, en que los fieles "deben reunirse para, escuchando la palabra de Dios y participando en la Eucaristía, recordar la pasión, la resurrección y la gloria del Señor Jesús y dar gracias a Dios [...]" (Catecismo de la Iglesia Católica, 1167)

"El domingo, "día del Señor", es el día principal de la celebración de la Eucaristía porque es el día de la Resurrección. Es el día de la Asamblea litúrgica por excelencia, el día de la familia cristiana, el día del gozo y de descanso del trabajo. Él es "fundamento y núcleo de todo el año litúrgico"." (Catecismo de la Iglesia Católica, 1193)